domingo, 13 de marzo de 2011



La norma lingüística y la “modernidad musical.





   Toso los pueblos tenemos cultura. Veamos un concepto general de esta palabra: “conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc”. Según esta idea, no hay ninguna sociedad que carezca de cultura; sin embargo, hay formas más fuertes que otras y son las que imperan. Esto conlleva variables que determinan si una forma de vida, una filosofía o un lineamieto social se impondrá o no en una colectividad.

Los españoles destruyeron (con un castellano incipiente) una gran cantidad de lenguas en América, tiraron por la borda los esquemas religiosos y artísticos de nuestros aborígenes. Todos sabemos que los peninsulares emplearon la persuasión y la fuerza para acomodar sus ideas a los conquistados. Éste sólo es un ejemplo de aculturación avasalladora.

Casi todas casi todas nuestras formas de vida son una herencia de la “madre patria”; somos en la mayor parte católicos, por ejemplo. Es una realidad que aunque tengamos similares actitudes sociales, cada país marca diferencias idiomáticas; es decir, toda comunidad tiene su propia norma lingüística, algo que nada tiene que ver con el conjunto de rasgos o reglas gramaticales que coinciden con el buen uso de la lengua. Eugenio Coseriu considera la norma en el plano de abstracción lingüística situado entre el sistema y el habla. Esa norma serían las realizaciones prototípicas en el caso de los alófonos o las construcciones gramaticales estándares.

      Si nos fijamos bien notaremos los diferentes alófonos de los hondureños con los hablantes hispanos de otros países. Los mexicanos pronuncian fuerte la “j” dicen “kaja”, nosotros, “k”"aj..a”; los argentinos dicen “kabasho”, nosotros “kabaio” (es común observar que muchos hondureños jugadores de fútbol cuando se quedan un par de meses en Sudamérica vienen hablando con esa norma). Los dominicanos del sur confunden la “r” final por “i” y dicen comei,caminai. El puertorriqueño pronucia la “rr” múltiple como “j”: “pejo por perro“, también cambian la r por l al final: cantal por cantar (éste último alófono es compartido con muchos sectores poblacionales cubanos).

    Todas las comunidades hablantes tenemos una norma lingüísta establecida. Pero también están los regionalismos; de los cuales no nos podemos abstraer; los dominicanos nombran habichuelas a lo que nosotros conocemos como frijoles maduros - que en otras partes se llaman fréjoles, frijoles, judías, alubias-. María trabaja en una pollera aquí en San Pedro Sula, vende pollo frito; pero para algunos sudamericanos una pollera es una falda externa de vestido femenino.

    Tanto los alófonos como los regionalismos conforman una relidad cultural de la lengua y son signos de identidad cultural de cada grupo de hablantes. Pero qué raro sería que de pronto saliéramos hablando como argentinos o como puertorriueños, nos miraríamos “graciosos”; habríamos perdido la auntenticidad. Y peor si no supiéramos decodificar sus términos, quedaríamos en el ridículo. Lo hermoso de este asunto es que seamos capaces de comprender y darnos a comprender con cualquier hablante independientemente de donde sea. Se preguntarán cómo, facil: siempre hay un español estándar, ese que se adquiere con la buena lectura y formación de calidad y que en cualquier parte del mundo hispano se comprende.

    ¿Qué es lo malo? Que nuestros modernos “cantantes” locales son tan indigentes de erudición que les pasa lo de la India María: ni de aquí ni de alláporque cuando entonan una “pieza musical” no se sabe si son boricuas, cubanos, dominicanos u hondureños por la esperpenta mezcla de alófonos y regionalismos ajenos al castellano catracho. Claro, esta zafiedad verbal no es sólo de los nuestros, también se da en los pueblos que están muy dominados por las culturas de exportación económica. Pero esto no nos inhibe de ser sui géneris como -por ejemplo- nuestros vecinos colombianos que en cualquier parte del mundo se les conoce por su ballenato y la cumbia; a los mexicanos por sus mariachis. Aquí también hay suficientes valores del arte que pueden hacer que esto no se convierta en una de mis quijoterías.


Anyela Molina
EES
CI 19597827

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